Wednesday, January 28, 2009

Una Evaluación del Período Republicano



Una Evaluación del Período Republicano
Por JUAN CLARK

"Una Evaluación del Período Republicano" es un fragmento del capítulo 1 del libro "Cuba: Mito y Realidad" (Saeta Ediciones, 1990), de Juan Clark, sociólogo y profesor de ciencias sociales del Miami-Dade Community College. En esta pieza, Clark analiza las virtudes y los defectos del período que va de 1902 a 1959, con énfasis en los últimos años".
La hoja de balance de la nación cubana en la década de los 1950 arroja tanto aspectos positivos como negativos. En lo socioeconómico, el país en general disfrutaba de uno de los más altos niveles de vida en Latinoamérica, lo cual lo situaba muy distante de ser un clásico país subdesarrollado. Conviene señalar algunos de los más importantes indicadores de esos niveles de vida.

En su medio siglo de república, Cuba desarrolló y diversificó su economía de modo notable. Como consecuencia de la destrucción provocada por la Guerra de Independencia, al finalizar ésta en 1898, el país se hallaba prácticamente descapitalizado. Fueron las inversiones extranjeras -principalmente las norteamericanas- las que promovieron el desarrollo, en especial de la industria azucarera. Por su parte, los empresarios cubanos demostraron gran capacidad al aumentar significativamente su participación en el control de esa industria, la primera del país, desplazando gradualmente, para mediados del siglo XX, la hegemonía del capital norteamericano. De esta forma, la inversión cubana pasó de $50 millones a fines de siglo, a $1,525 millones en 1929. En 1935, de 161 centrales o ingenios azucareros, sólo 50 eran propiedad cubana, los cuales representaban el 13% de la producción. Mas, para 1958, estas cifras se convirtieron en 121 centrales en manos de nacionales, que constituían el 62% de la producción. La industria azucarera se encontraba en manos experimentadas, contando con una alta productividad.

Para 1958 las inversiones norteamericanas ($861 millones) representaban menos del 14% de las inversiones de capital en la isla. Un cambio similar se observó en el vital sector de la banca: en 1939 los bancos cubanos tenían sólo el 23.3% de los depósitos privados, mientras que en 1958 estos ya alcazaban el 61.1%, mostrando con ello una alta capitalización, esencial para el desarrollo económico.

Si bien es verdad que la principal fuente de divisas para el país era el azúcar, representando el 80.2% de las exportaciones, esta industria, para mediados de la década de 1950 sólo contribuía en un 25% al ingreso nacional, indicando con ello un grado elevado de diversificación económica. En este sentido la agricultura ocupaba sólo el 36% de la fuerza de trabajo contra casi un 24% el sector industrial, el cual contaba con 2,340 establecimientos que generaban la mitad del producto nacional. Puede afirmarse que la ingeniosidad del cubano se manifestó notablemente en la creación de nuevas industrias autóctonas con capacidad para funcionar con materias primas del país. El caso tal vez más notorio fue la fabricación de papel y madera prensada hecha con bagazo de la caña de azúcar, lo cual ofrecía gran potencial económico para Cuba como posible exportador de esos productos. Correlacionada con esta realidad industrial, Cuba tenía un alto consumo de acero, ocupando el lugar número 39 en una escala de 108 países, mientras que ocupaba el primer lugar en consumo de energía eléctrica en Latinoamérica y el lugar número 33 entre 124 países del mundo.

Hacia finales de la década de 1920, Cuba contaba con una notable infraestructura de vitales comunicaciones terrestres y aéreas. Una excelente carretera central de 1,144 kilómetros favorecía las comunicaciones del alargado país uniendo todas sus provincias y haciendo más fácil el acceso a lugares muy apartados. Para 1959, Cuba contaba con 7,224 kilómetros de carreteras pavimentadas. Además de las carreteras, también se contaba con una extensísima red ferroviaria -tanto de vía ancha como estrecha- la cual situaba en este sentido al país entre los 13 más desarrollados del mundo.

A un nivel microeconómico y en relación con los niveles de vida de la población, Cuba estaba en esa década entre los primeros países de América Latina en un número de indicadores socioeconómicos.

En cuanto al consumo de calorías per capita, la isla alcanzaba el puesto 26 en el mundo, bien por encima del mínimo requerido. Según el censo de 1953 sólo el 30.5% de la población dependía de la agricultura como modo de vida, ocupando el lugar número 30 entre 93 países comparados. En este sentido vale anotar que Cuba avanzaba rápidamente en la satisfacción de la demanda de alimentos que consumía, habiendo logrado llegar para entonces a un 75% de esa meta.

En cuanto a la habitación, el censo de 1953 arrojó un promedio de 2.9 personas por vivienda, de las cuales 55% poseían electricidad y agua corriente. No había en Cuba el apremiante problema urbano de los cinturones de miseria al nivel de otros países del hemisferio que incluso contaban con mayor riqueza. Asimismo, en Latinoamérica, los cubanos ocupaban el tercer lugar en el número de autos por persona (1/40), cuarto en número de teléfonos (1/38), tercero en radioreceptores (1/6.5) y primero en telereceptores contando con una transmisora experimental en colores para fines de esa década.

Esta realidad de los datos de la era precastrista condujo a prestigiosos analistas de la economía cubana, como los profesores José Alvarez Díaz y José M. Illán, a afirmar que Cuba llegó a situarse entonces en lo que el eminente historiador económico W.W. Rostow llama la etapa del "despegue" hacia la madurez económica, típica de las sociedades en vías de desarrollo. Corroborando esta tesis, el profesor Leví Marrero señala que "la formación interna neta de capital alcanzó en Cuba en 1951 el 15.5% del ingreso nacional y en 1958 el 13.5%. Ambos porcentajes superaban ampliamente el 10% mínimo señalado por Rostow como suficiente para alimentar el proceso de desarrollo autónomo de una economía nacional".

El ya expuesto crecimiento económico iba aparejado con el desarrollo de la clase media y la protección social al trabajador. El primero de estos factores mostraba una gran expansión, estimándose que este importante sector social abarcaba entre el 22 y el 33% de la población. Según el destacado sociólogo norteamericano Lowry Nelson, la clase media cubana era probablemente la más fuerte en Latinoamérica. Su crecimiento constante indicaba que la dicotomía entre los muy ricos y los muy pobres, típica de otros países del continente, ciertamente no era tan acentuada en la estructura social cubana. Por su parte, los obreros cubanos gozaban de amplios beneficios en muchos sectores debido a las conquistas sindicales y a la legislación vigente, basadas en la Constitución de 1940. De esta forma, un creciente número de trabajadores contaba con gran seguridad (y casi inamovilidad en un número de sectores) en el empleo; legislación para los contratos de trabajo; la garantía de un salario mínimo que debía ser revisado periódicamente por un organismo oficial compuesto por obreros, patronos y gobierno; jornada de trabajo de 44 horas a la semana con pago de 48; pago de días feriados; pago de tiempo y medio por horas extras y otros beneficios, como vacaciones pagadas, aguinaldo pascual para los empleados públicos, protección para la maternidad y derecho al retiro. Debe también significarse que ya en Cuba, a pesar de que hacía poco más de medio siglo que había concluido la esclavitud, no existían problemas raciales agudos.

Cuba también progresó notablemente en el campo de la educación. La proporción de alfabetizados aumentó de un 28% a fines del siglo XIX , al 77% en 1953. El país contaba con un amplio sistema escolar primario, medio y superior que incluía tres universidades públicas y tres privadas, además de numerosas escuelas técnicas, en su mayoría públicas. De modo paralelo al sistema de educación público, existía un pujante y extendido número de centros educativos privados entre los que se destacaban los que pertenecían a las órdenes religiosas. Estas escuelas llenaban una importante función dentro de la educación y realizaban a su vez contribuciones significativas a la sociedad.

Junto al desarrollo educacional marchaba el de la cultura. A partir de la década de 1920, los centros urbanos contaron con instituciones que realizaron una encomiable labor de apoyo y promoción de las actividades culturales. El arte, la investigación etnológica y la historia alcanzaron una excelencia que fue reconocida internacionalmente. Pintores, músicos, escritores lograron crear una expresión propia de lo cubano a través de sus obras. Este desarrollo se amplía con nuevas instalaciones de bibliotecas y museos así como el aumento en el número de universidades.

El progreso de los medios de comunicación social permitió que manifestaciones culturales de fuerte raigambre en la tradición histórica cubana -poesía, teatro vernáculo, danza, música- llegasen al gran público. Cuba -con una circulación diaria de 101 ejemplares de periódicos por cada 1,000 habitantes- ocupaba el lugar número 33 entre 112 naciones, siendo superada en Latinoamérica sólo por Uruguay, Argentina y Panamá. Las revistas y los periódicos contaban con las colaboraciones de los mejores escritores del país; la radio y la televisión sirvieron de estímulo y vehículo para una mayor participación tanto de artistas como de espectadores. Las salas de cine, muy numerosas excepto en las zonas rurales más apartadas, también eran usadas para el teatro menor. Es importante señalar que durante todo el período republicano, tanto el artista como el escritor tuvieron libertad de creación y de expresión. El pueblo podía disfrutar de la manifestación cultural de su preferencia, independientemente de su contenido ideológico.

En cuanto a los indicadores de salud, Cuba fue el primer país en librarse del azote de la fiebre amarilla aprovechando los descubrimientos, a fines de siglo, del científico cubano Dr. Carlos J. Finlay. Para 1953, en una escala mundial, Cuba ocupaba el lugar número 22 en cuanto a número de médicos y dentistas por habitante (128.6/100,000) y para fines de esa década ocupaba el tercer lugar en Latinoamérica en ese renglón. Consecuentemente, Cuba tenía una de las tasas de mortalidad más bajas del mundo (5.8 en contraste con 9.5 para Estados Unidos y 7.6 para Canadá) y poseía, para fines de esa década, la más baja mortalidad infantil de Latinoamérica. El país tenía un extenso sistema de atención a la salud a bajo costo, de tipo mutualista o cooperativo, originado en tiempos de la colonia, de propiedad privada, mediante lo que se conocía como "quintas" o "clínicas", precursoras de los HMO (Health Maintenance Organizations) de Estados Unidos, cuyos dueños, en la mayoría de los casos, eran los propios usuarios. Este sistema compensaba las evidentes deficiencias del sistema público. La isla también gozaba de una moderada tasa de natalidad y no tenía por tanto un apremiante problema de crecimiento demográfico, típico de los países subdesarrollados.

Desde el ángulo socioeconómico, probablemente los aspectos más negativos se encontraban en el desnivel urbano-rural y en el desempleo. No cabe duda que el campo poseía niveles inferiores de vida respecto a la ciudad, tanto en la calidad de la vivienda como de la educación y la salud. Por otra parte, el carácter cíclico de la industria azucarera hacía que el desempleo o subempleo fuera un problema significativo que ciertamente reclamaba atención.

Otro aspecto negativo del período republicano era el que la élite económica, ocupada en el desarrollo de sus intereses, prestó poca atención al saneamiento del proceso político, especialmente en lo referente a la falta de honestidad administrativa, lo que a la larga afectaría de modo radical el propio proceso económico. Más deplorable aún era la indiferencia de muchos, dentro del sector económico, a la corrupción política, la cual se manifestaba fuertemente en la evasión de impuestos, y una variedad de formas de enriquecimiento ilícito por medio del abuso del poder. Esto abarcaba desde el simple policía hasta el inspector de aduana o hacienda solicitando o aceptando sobornos, o desde el ministro o funcionario manipulando y enriqueciéndose con las contratas de obras, hasta la mucho menos frecuente en que el alto funcionario directamente sustraía fondos del tesoro público. Este era un problema endémico dentro de la economía y administración pública cubana, recrudecido, como veremos, durante el último período de Batista (1952-1958). La corrupción de muchos funcionarios del Ministerio de Hacienda -especialmente entre los inspectores de impuestos- unida a la complicidad del sector privado, producto del natural espíritu de lucro del empresario -al cual en muchos casos no le quedaba otra alternativa que la de participar en ese rejuego- hacían que la magnitud de la evasión fiscal fuese enorme.

Desde el ángulo político, se debe anotar un logro importante en el período entre 1940 y 1952. Ciertamente es de alabar la continuidad del ritmo constitucional con la elección democrática de tres presidentes. Y, de un modo especial, debe significarse que los gobiernos del Partido Auténtico, que pueden ser culpados por sus fallos respecto a la honradez administrativa, no pueden ser acusados de violaciones significativas de las libertades públicas o de falsear la voluntad popular en los comicios electorales. Además, como ya se señaló, durante los dos últimos años del período del presidente Carlos Prío -cuyas últimas designaciones ministeriales se destacaron por la presencia de hombres de probada capacidad e integridad- fueron introducidas por el gobierno y aprobadas por el Congreso notables e importantes leyes complementarias de la Constitución de 1940, que contribuían al dearrollo económico y a promover la honestidad administrativa. Por esta razones, las elecciones señaladas para el 1ro de junio de 1952 representaban una gran esperanza de mejoramiento en el proceso político, si se tiene en cuenta la calidad de los candidatos presidenciales más populares, tanto del Partido Auténtico de gobierno, como del principal de oposición, el Ortodoxo.

Pero a pesar de estos nuevos horizontes esperanzadores, la desconfianza en la gestión pública y el desencanto y la frustración del pueblo respecto al liderazgo político ya había llegado a niveles muy altos. Existía gran escepticismo, apatía y desconfianza respecto a la cuestión pública, lo cual llevaba a muchos a una actitud de abstenerse de participar en la actividad política. "Yo no me meto en política", era una expresión popular en aquella época. El ciudadano promedio que vivía de su trabajo o negocio de forma honesta consideraba que "la política no era para él, pues era cosa sucia".

Esta situación facilitó los planes golpistas de Batista. Este, a la sazón senador electo en el extranjero debido a un autoimpuesto exilio tras finalizar su mandato presidencial en 1944 y a quien el presidente Prío, en un gesto de cordialidad, había permitido regresar al país con todas las garantía personales, también aspiraba a la presidencia en las elecciones generales de 1952 por el Partido Acción Unitaria. Mas Batista, que ocupaba un muy distante tercer lugar en las encuestas electorales, para recuperar el poder decidió unirse a los militares golpistas adoptando la fatal vía de la alteración del ritmo constitucional por medio del artero golpe militar de 1952.

Una Evaluación del Período Republicano

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